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Los pasos acercan… a la meta (1)

Por José Manuel Belmonte (Dr en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo)

Voy  a escribir hoy sobre algo que no he experimentado. Ciertamente estoy en camino, hoy más cerca que ayer. Pero no tengo miedo ni de hablar, ni de haberme acercado con ello un poco más a la meta que me espera.

Alguien dijo que  “hemos venido al mundo a pasar  un week-end”,(Gala). Tan corto es el trayecto. Tan corto es el tiempo, es decir, la duración limitada de las cosas, en este caso de la vida. Pero,  la imagen de un “fin de semana” es menos efímera de lo que decían los antiguos: “un suspiro”, un  simple “parpadeo”.

Me acerco a un tema tan vital, para aprender lo que se vive, para escuchar lo que dicen y para desmitificar algo tan natural, porque a muchos les da miedo. Me refiero, lo habréis adivinado,  a la muerte.

No soy más cobarde o más valiente que nadie, por acercarme a la extraña señora que  desde hace no sé cuánto nos anuncia su visita, sin precisar la fecha. Se sabe que antes o después ella  llegará.  Ni tengo prisa alguna, ni el corazón dispuesto. Si alguna vez temí, ya nada temo. Tan sólo vengo con la mente abierta y la mano tendida, para que no se esconda ni me asuste si se presenta cuando menos la espere.

Quiero preguntar para saber. Quiero, si es posible, saber a dónde voy y qué me espera al salir del túnel, si es que de la oscuridad se sale y cómo y cuándo. ¿Qué tengo  que llevar, si hay algo que se lleva, o tenemos que ir haciendo el equipaje por adentro? ¿Dónde se saca el billete si es un viaje? ¿De quien hay que despedirse, si hay que decir adiós, porque no quiero ser descortés o desconsiderado y puede que luego, con las prisas, tenga olvidos imperdonables?

Es verdad que cada día siento que el tren de la vida camina más de prisa, las hojas del calendario salen volando de forma rapidísima, y no tengo la menor idea si la locomotora va a estallar o va a dar un frenazo para dejarme en una estación convencional o en medio del desierto. ¿Cuántas hojas tiene el calendario asignado? ¿Cuánta cuerda de reloj le queda a los latidos de mi pequeño corazón?

Uno se pasa la vida estudiando y resulta que cada día sabe menos. Incluso lo esencial se nos escapa, a pesar de gozar de salud y estar mentalmente en plenas facultades. Se habla de progreso, de avances científicos, médicos, electrónicos, espaciales, y si mañana, o dentro de una hora tuviera que partir, no sé integrar toda esa ciencia y todo ese saber, en mi decisión personal aquí y ahora. Tampoco tengo claro, por qué vamos posponiendo preguntas tan sencillas e importantes. ¿Por qué dejamos para mañana, aquello que se envuelve en el misterio, pero nos concierne de una forma personal e intransferible? Steve Jobs decía que era bueno pensar cada día  en la muerte porque nos hace auténticos. ”La certeza de la muerte, es la mejor herramienta”. Ni podemos engañarla ni comprarla con dinero (enlace).

Los niños son especiales. Viven sin saber de horas. Juegan y gozan, ríen y aman “ahora”. Son la vida, lo mejor de la vida. Tal vez, sin que lo apreciemos, son la manifestación de la eternidad, y de cómo deberíamos vivir los adultos. No tienen certeza de nada, improvisan todo y tienen todo lo necesario para ser felices. Tal vez sea porque acaban de llegar y recuerdan el pasado cercano de la luz, antes de ponerse en camino.

Quienes hemos pasado ya esa etapa, los adultos, tenemos algunas  nostalgias como esa paz infinita, la chispa luminosa de sus ojos y la abierta y  dulce sonrisa de los niños. Tenemos también “certezas”, que nos va dejando la experiencia y la edad: el crecimiento, la lucha, el deterioro físico y,  la muerte. Pero, sobre todo una: lo importante es vivir. Vivir es siempre ahora.

Junto a estas certezas, uno experimenta el ansia o el anhelo de no desaparecer para siempre, de no separarse de quien ama, porque eso emocionalmente causa unas veces pena, otras, dolor. La certeza de morir abre la puerta natural a la esperanza. La esperanza de que no acabe todo para siempre, de que pueda continuar la vida de otra manera, como la oruga y la mariposa, como los sueños que van más allá de la noche hacia la luz. Está la puerta de la esperanza, abierta en lo más hondo del ser. Por ahí salen las bandadas de palomas, que anidan en el alma, en busca de la luz.

¿Dónde está la estación? ¿Dónde la meta? ¿Lo que estoy haciendo hoy me acerca a donde quiero estar mañana? ¿Vamos o nos llevan, o ambas cosas son ciertas y posibles? “Si hoy fuese el último día de mi vida, ¿querría hacer lo que voy a hacer hoy?, se preguntaba Jobs. Algún día, va a ser verdad.

Me alegro de “pensar” y de ir por libre, no ser políticamente correcto, porque  hoy  me importa un bledo la “Ley de Autonomía del Paciente”, porque  ni soy paciente, ni tengo enfermedad alguna y estoy en mis cabales (puede que alguno piense lo contrario). Y lo mismo puedo decir, de la “Ley de la Eutanasia”, de la “Eutanasia asistida”, y de la “Sedación” de los doctores que justifican los “recortes vitales” por el “dolor”. No tengo dolor alguno y llevo la tira de años sin tomar una medicina. Por eso, y mientras pueda, voy a seguir escribiendo al filo de los días y aprendiendo. Así que, estoy seguro, de que la mía cuando llegue, será normal y será, por eso mismo, una muerte digna, sin paliativos, como la mayoría.

Tal vez los grandes maestros son los niños y los seres que a ellos se parecen. Tal vez ellos nos ayuden a reencontrar el Paraíso. ¡Tendríamos que respetarles y escucharles más! Es posible que, que como alguien dijo, tengamos que volvernos como niños, si queremos entender algo y volver a casa. No sé si hemos crecido demasiado, y tendremos que decir como el gigante pensador vasco, Unamuno: “Agranda la puerta, Padre/ porque no puedo pasar; /la hiciste para los niños, /yo he crecido a mi pesar. Si no me agrandas la puerta, /achícame, por piedad; /vuélveme a la edad bendita/en que vivir es soñar”.