Antes de nacer y… después de morir

Por José Manuel Belmonte (Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CiViCa)

Todos tenemos algún ser querido, más allá. Ha muerto y ya no es visible para nuestros ojos. Simplemente se ha desprendido del cuerpo. Ha sufrido una metamorfosis. “La vida desde el punto de vista biológico es  una metamorfosis, una transformación perenne, que se concluye con la muerte… una metamorfosis en la que el hombre madura en lo definitivo, y se hace maduro para ser definitivo” (J. Ratzinger, Múnich, 10 de agosto de 1978, La Razón, 20-X-2014). Vivir es aprender a desvivirse poco a poco, hasta perder la vida.

Quien “pasa” a un estado nuevo, se transforma o se transfigura. No deja la historia de su vida, porque no es un actor teatral que sale de la escena en que representó su papel. Su cuerpo como si fuera un vestido, se desprende. Ya no lo necesita. Sigue vivo, pero ahora más profundo, sin las ataduras espaciotemporales. Libre, con las alas nuevas, con todo lo bueno, con la sencillez desnuda, con la energía adquirida y el corazón de luz entre las manos. Viendo con ese corazón lo que los ojos no podían ver; su vida a plena luz.

Posiblemente, en ese “paso” la Humanidad entera alcanza un hito de su potencial. Es un paso de la vida por la experiencia de la muerte para seguir su vida. La vida no muere. Hay vida antes y después de morir. Morir no es un fin. Nos lleva, sí. El mar aguarda. Y el fuego.

Además existe una interconexión en el universo, más evidente que la ley de la gravedad. Todo está interconectado, y todos estamos interconectados, camino de la esencia inmaterial donde surge la vida y donde todo es atraído. Bien total. Pura energía.

El abandono del cuerpo, por la muerte es un paso natural a otra dimensión. Es como  subir el peldaño de la escalera y entrar por la puerta del piso de arriba. Lo normal es que sea un acto de entrega, de amor, o de transformación como la oruga que se transforma en mariposa. Es un paso hacia la paz. Así lo decimos o deseamos: “que descanse en paz”.

A veces ni lo pensamos, ni hablamos. No nos gusta pensar en nuestra vida y en “el paso” por la puerta de la muerte. Aceptamos costumbres ajenas, por pura diversión o para ridiculizarlo (como Halloween).  Pero cada uno, antes o después, debe atravesar esa puerta invisible. El miedo no suele dejar vivir, o arroja sombras en nuestro camino. Dar pasos confiados es “ir haciendo camino”. El Sol está ahí siempre, aunque haya nubes y dudas, pérdidas y ausencias. El tiempo es una pausa, hasta que amanece.

Quisiera esbozar un tema del que no se suele hablar. Al morir, quienes se queden aquí dejan de ver a quien vivía en este cuerpo, que iba a nuestro lado, aquí y ahora. Entró en otra dimensión o ¿se acaba todo?  En el libro “Muchos cuerpos una misma alma” del mismo autor que “Muchas vidas muchos maestros” se indica que si hemos vivido vidas anteriores, tal vez tengamos entonces que vivir vidas futuras. ¿Por qué nadie habla de eso?

La transformación en profundidad, o la transfiguración hacia la luz, la bondad, la felicidad y la paz, tal vez no es automática. Quiero decir que acaso se hace con nuestra colaboración responsable, en el aquí y ahora. ¿Aprendimos lo  que había que aprender? Tal vez no se trata de repetir curso, aunque seguramente lo que hagamos o dejemos de hacer en esta vida influirá en las reencarnaciones futuras, en el camino de evolución hacia la total inmortalidad. La perfección mayor es un regalo siempre, para quien la buscó sin miedo.

Independiente de lo que crean quienes creen (los creyentes) y respetando lo que digan, ¿nada se puede o se debe aprender cuando se llega al piso de arriba que está más iluminado? ¿Se alcanza la meta al dejar el cuerpo que ahora conocemos? ¿No hay allá,  más disyuntiva, que el gozo o el castigo? ¿Nadie de allá ayuda o se comunica con los de acá? ¿Es lo mismo la experiencia del rico que la de pobre, la del esclavo  que la del ser libre, la del enfermo que la del sano, la del hombre que la de la mujer? ¿Es igual y se aprende lo mismo con un cuerpo con esas connotaciones y esa sensibilidad que con las contrarias? ¿Da lo mismo todo? ¿Qué sabe de todo nadie?

Tal vez, porque este verano he podido recorrer la Alsacia en Francia, desde Estrasburgo, y pasar a Alemania hasta la Selva Negra, me viene ahora a la memoria algo  que leí hace algún tiempo y que ha sucedido en esos bosques, hace 700 años.  A mí me hizo pensar.

Todos los días, se producen curaciones físicas, emocionales y espirituales. Sabemos que hay personas que han pasado por situaciones “cercanas” a la muerte, y no murieron. Conocen “algo” del “más allá”. Su vida cambia o se hace más profunda.

Hoy sabemos que se utiliza la “regresión” en forma de ayuda curativa. Los especialistas constatan que hay un “poder sanador de los recuerdos de vidas anteriores”. Por simple deducción, cualquiera puede entender que “si hay vidas anteriores” es porque hay “vidas posteriores”. La pregunta clave: ¿es la misma vida, aunque el cuerpo físico sea distinto, o el género, o el color, o la raza, o el lugar, o la edad? El alma no tiene edad, ni sexo, ni color ni ocupa espacio alguno. Luego, imposible no sería.

Pongo pues el ejemplo que cualquiera puede leer. Una mujer estadounidense joven, con problemas de visión, visita a una prestigiosa oftalmóloga. Ésta le dice:  “Solo hay una catarata”. “No es de ningún modo congénita, sino resultado de un trauma”.

Esa joven, trabajaba en un hospital. Es hija de Brian Weiss, prestigioso psicoanalista, especialista en la terapia de regresiones a vidas anteriores, autor de los libros citados. El sabe que su hija nunca ha tenido trauma alguno. Por eso, un día organizó un curso de regresión para todos los empleados del hospital. La regresión fue una sorpresa para ella, según cuenta:

“Con gran sorpresa mía, de inmediato me vi como un hombre viejo en la Edad Media, quizás en el siglo XIV. Sabía que me hallaba en los bosque de Alemania o Francia…vivía en lo profundo de la espesura… me llamaba “Althrimus” o “Althrymus”, tenía unos cincuenta o sesenta años. La pequeña choza en que vivía era circular y tenía tejado de paja… Me aventuraba en el bosque a diario, recogiendo piedras, hierbas y hojas…me llamaban “brujo”… pero un término más adecuado habría sido “naturista”. Vivía solo y me comunicaba poco con las personas. Mi hogar era el bosque y allí era feliz…Sin embargo la gente del pueblo, pensando que no me traía nada bueno entre manos, acudió con antorchas y quemó todo lo que había alrededor y dentro de mi casa…Yo me hallaba dentro de la choza, por lo que tuve que huir de ellos…No obstante antes de escapar, el fuego me había dejado irreparablemente ciego…Yo veía al hombre de pie ante mí, bajándose los parpados inferiores para mostrarme los ojos, cubiertos de una película de un blanco lechoso. El era yo, naturalmente, pero contemplado desde una perspectiva del siglo XXI de nuestra alma…Los ojos de Althrimus habían quedado físicamente empañados debido al fuego; los míos  habían quedado físicamente empañados por el hecho de ser Althrimus. Él jamás se libró de esa profunda tristeza, ni siquiera después de morir, ni siquiera tras reencarnarse en el cuerpo que habito yo ahora”.

“Seis años y medio después de mi primer diagnóstico, fui a hacerme otro examen ocular de ajuste de graduación y me dijeron que ya no tenía cataratas”.

“Cuando unos tres años después de la regresión en el hospital me saqué el título de hipnosis, aprendí a hipnotizarme a mí misma. Un día tuve ganas de comprobar si era capaz, en un trance auto inducido, de volver a visitar a Althrimus y hablar con él. Y eso hice. Nos encontramos en su pequeña choza quemada. Nos sentamos y le puse al día de lo ocurrido en los últimos setecientos años. Le hablé de lo que él y yo habíamos hecho… El y yo aún seguimos aprendiendo a ver el mundo con claridad…me da la impresión de que los dos coincidimos en que estamos preparados para quitarnos las nubes de los ojos” (Amy Weiss),

El padre de Amy, Brian, comenta seguidamente el hecho: “Quitar a las personas su dicha y su felicidad es una acción horrenda. Cuidarlas y ayudarlas a alcanzar la paz y el bienestar, es una acción divina. “Amy” es la esencia espiritual, o el alma, que conecta sus distintas vidas… es la esencia ininterrumpida y eterna… Por eso al final de su vida Althrimus no murió realmente. Su cuerpo sí, pero él sigue existiendo y en el siglo XX se reencarnó en Amy.  Reconocernos como alma, no cuerpo, cambia el modo en que percibimos nuestra muerte, así como la de los seres queridos, pues estamos reconectándonos siempre en espíritu y en la Tierra” (Los milagros existen, p 184-187).        

¿Puede tener vida un ser humano después de 700  ó 2.000 años? Sí, absolutamente. Eso debería cambiar la perspectiva del ser humano.  La muerte no es el final. La pérdida y el dolor no son definitivos. La vida que tenemos ahora y lo que hacemos aquí, cuenta. Sabemos muy poco o casi nada del más allá.