En el límite extremo de la violencia

Por José Manuel Belmonte (Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CiViCa)

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Toda vida es un proyecto que tiene una finalidad. Estamos aquí para aprender a convivir y crecer como personas gracias a nuestra relación con los demás. Somos más que un cuerpo y un cerebro. Somos espíritus que habitan, temporalmente,  en un cuerpo. ¡Cada vida importa!

Todos tenemos la misma esencia. Aunque aparentemente tengamos diferencias corporales, nos une lo más grande que tenemos, el espíritu. El cuerpo nos hace distintos, y sujetos a unas circunstancias muy concretas.  Aún con toda su belleza, el cuerpo es frágil, débil, y sujeto a limitaciones espacio temporales. Pero el cuerpo es temporal.

La violencia y el odio, engendran más violencia y odio. La Humanidad asiste, atónita, a la mayor escalada de violencia que han conocido los siglos. Esa violencia, -física,  psicológica y verbal- a nivel planetario, nos es servida, por los medios de comunicación. En algunas ocasiones, por los mismos que la realizan, los grupos o personas afines que, encima muestran  su alegría.

No es ciencia ficción en absoluto. ¡Ojala! La violencia es real. En ciertos casos es incluso legal, aunque puede parecer absurdo.

Ninguna ley puede permitir quitar la vida a un inocente, pertenezca  al país que pertenezca, sea nacido o  no-nacido, anciano o enfermo, tenga el sexo que tenga, sea ateo, agnóstico o practique la religión que quiera. ¡Ninguna!

La fragilidad de la vida humana es patente, siempre. Pero nadie tiene derecho, a quitar la vida, ni arruinarla con ideologías aberrantes o amparadas y pagadas por la ONU.“Los niños tienen derecho al sexo, a las drogas y al aborto”, dice el último informe del Fondo de Población de la ONU (UNFPA, por sus siglas en inglés). No se olvide que la ideología y las palabras pueden matar y destruir.

Es terrible lo poco que se protege la vida últimamente.  Y lo poco que se aprecia. Además, existe una “conspiración de silencio” sobre estos y otros temas capitales; entre los políticos y también en la sociedad civil.

Desde luego, el colmo del absurdo y la contradicción están en las expresiones verbales, en los  «casos de oxímoron»:matar en nombre de Dios, o invocar su nombre para esos crímenes, al cometerlos; que las madres asesinen a sus hijos; que los políticos echen el velo de la impunidad sobre esos crímenes; que las personas reclamen el “derecho” de la mujer a quitar la vida al hijo de sus entrañas; que los jueces no puedan o no quieran investigar esas muertes; que el Estado financie, con dinero de todos, esa carnicería; que occidente esté exportando asesinos a los países donde impera el yihadismo y sean precisamente los jóvenes quienes van y se ponen en primera fila para degollar, y las mujeres jóvenes se alisten  para convertirse en esclavas sexuales de varones que no tienen ningún respeto a la mujer.

Ya no es noticia, el genocidio de 45 millones de bebés en el seno  materno, cada año.  Ahora la noticia que asusta es la degollación y la decapitación, yihadista y del EI. Que según los franceses “no es un Estado y no es islámico. Es una banda de asesinos, armada hasta los dientes y dotada de las más sofisticadas capacidades de comunicación; dispuestos a exhibir la máxima crueldad y a utilizarla para aterrorizar a sus enemigos y seguir reclutando a su ejército terrorista... al servicio de una causa que agota todo su sentido en el propio sinsentido de los asesinatos en serie”.

Que nadie se engañe, pues como dice Lluís Bassets, en el País, A los asesinos del mundo,  es terrorismo y propaganda, es decir terrorismo y oferta de trabajo a los asesinos de todo el mundo, que tienen la oportunidad de desplegar sus instintos sanguinarios bajo la bandera de este califato primitivo y criminal”.

Entre unas cosas y otras, en España, hoy mismo se conoce que “somos el país del mundo con menos jóvenes”.  ¿Cómo se revierte esa tendencia si se acaba con los que quieren nacer?

Sugiere algunas otras preguntas: ¿A alguien le extraña que haya más defunciones que nacimientos? ¿Qué futuro espera a esta sociedad irresponsable, sin valores y envejecida? ¿Hacia dónde camina esta Humanidad? ¿Eso es el progreso?

Después de practicar o someterse a un aborto, de realizar una degollación, después de perder libremente la dignidad, a manos de terroristas, seguir viviendo parece una aventura de zombis. ¿Se recupera la vida y la dignidad si hay un ser humano menos? ¿Y con un millón menos? ¿Con qué numero hay que acabar para el progreso?

La violencia se vuelve contra quien la ejerce. Será muy difícil encontrar la paz cuando se ha arruinado la conciencia, al no permitir que una vida humana complete su karma. Se tendrá que reencontrar el verdugo con su víctima y compensar el mal que le haya causado. No tendrán paz mientras no lo realicen. La vida es hermosa, pero no es un juego. No da igual todo. No es lo mismo hacer el bien que hacer el mal. Aquí estamos pocos días, pero estamos por algo, antes de pasar a otra dimensión.

Parece  el colmo de la hipocresía del absurdo  solicitar al mismo tiempo que  se devuelva lo robado y queden impunes quienes quitan la vida. Se sigue defendiendo el “derecho” acabar con cientos de vidas humanas. La sociedad no se alza mayoritariamente contra esa injusticia y esa impunidad. El derecho a la vida es el Primer Derecho Humano.

Solo una minoría salió a la calle para clamar contra una ley que permite impunemente el aborto. O sea que según los políticos, (en el gobierno o en la oposición), se debe permitir la muerte de inocentes que no pueden protestar.

Tampoco en occidente existe una corriente que clame justicia contra las muertes de personas inocentes con una violencia atroz por parte de los yihadistas. ¿No vivimos en sociedad para ayudarnos y protegernos? ¿Por qué se permite la destrucción y la injusticia?  ¿Impunidad aquí, ahora y después y siempre? ¡No parece normal!

Sobrevivimos a la muerte del cuerpo físico. El alma y el tesoro de la conciencia en ella acumulado, persisten en el otro lado. Madres e hijos, se encontrarán. Los seres queridos no se pierden. Las personas a quien hemos ayudado o a quien hemos dejado de ayudar, nos vuelven a acompañar. Cada vez hay más datos que ilustran las vidas pasadas y futuras. La eternidad no se acaba ni con nuestra muerte, ni con la muerte de nadie.

Tenemos que aprender la convivencia, el perdón la paz y la fraternidad. Somos espíritus inmortales que de esta forma física estamos en el Aula Redonda del mundo para aprender. El hecho de que no nos hayan enseñado el concepto de reencarnación no quiere decir que sea erróneo. La ignorancia no exime de responsabilidad. No se pasa de curso, ni por matar ni por morir. Quien no apruebe tendrá que repetir.

El cuerpo y la mente están interconectados para vivir y progresar. Pero  también estamos interconectados con los otros seres. Por eso, lo más importante y liberador es el amor. Se aprende con los demás seres humanos y no tanto en los libros, como en el comportamiento. También se progresa después de morir.

¿Nos convenceremos alguna vez que cada vida importa por lo menos igual que la nuestra? No se olvide que, «Los muertos hablan más que los vivos». Lo dice el que ha sido uno de los mayores investigadores criminales del Cuerpo Nacional de Policía, el comisario  Ángel Galán. El grito más fuerte que se escuchó en Madrid, duro un minuto. Fue el silencio de aquellos a quienes arrancaron de la vida.

Copio el siguiente texto de Los mensajes de los Sabios: “Y volverán a encarnarse, pero sus vidas serán muy duras. Y tendrán que compensar a quienes hayan hecho sufrir por las injusticias que les hayan provocado”.